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🧠 Análisis: Del protocolo al combate dialéctico en el hemiciclo
El enfrentamiento entre José María Sánchez García (Vox) y Francina Armengol durante el debate sobre la proposición del PP para reformar el nombramiento del fiscal jefe de Protección de Datos se ha convertido en uno de los momentos más tensos de la legislatura.
Sánchez García intervenía refiriéndose a diputadas del PP como “doña Cuca” y “doña Ester”, mientras mencionaba a políticos varones por sus apellidos: “señor Aznar”, “señor Rajoy”. Armengol interrumpió exigiendo que usara el mismo tratamiento para hombres y mujeres.
La primera respuesta del diputado de Vox fue directa: “Yo he hablado del señor Aznar y del señor Rajoy porque me consta que no son señoritos. De la señora Muñoz no sé nada.”
Armengol insistió en su corrección, exigiendo respeto y uniformidad en el trato. En ese momento, una diputada del PP (identificada después como la señora Méndez Monasterio) gritó desde su escaño, obligando a la presidenta a llamarla al orden y a pedirle que saliera de la Cámara si no guardaba respeto.
Tras ese incidente, Armengol se dirigió nuevamente a Sánchez García pidiéndole que se ciñera al decoro parlamentario. Y entonces llegó el primer zasca demoledor:
“Sí, señora presidenta, yo creo que me estoy ciñendo al decoro. Yo creo que usted ignora que es tan respetuoso llamar a un señor ‘señor Rajoy’ o ‘don Mariano’ como llamar a una señora o señorita por su apellido o llamarla ‘doña Esther’. Si usted no lo sabe, lo lamento, pero me parece que yo no he actuado indecorosamente. Si usted discrepa, es un problema suyo de ignorancia y seguirá en el error si no rectifica.”
“Un problema suyo de ignorancia”. La frase cayó como un martillo. No fue un exabrupto, fue una acusación directa al conocimiento de la presidenta sobre el protocolo que ella misma intentaba imponer.
Armengol respondió con dureza, visiblemente molesta: “Mire, señor Sánchez, yo suelo tener mucha paciencia, pero la persona que dirige el debate e interpreta el reglamento soy yo.” Le recordó su autoridad y le exigió que siguiera con la intervención ciñéndose al tema.
Y entonces vino el remate quirúrgico final:
“No tiene usted ninguna razón. Aunque dirija usted el debate. Que no la tenga no significa que usted no dirija el debate. Lo dirige sin tenerla, nada más.”
La separación limpia entre poder formal y legitimidad intelectual. Armengol tenía el martillo de la presidencia, pero había perdido el argumento. Y Sánchez García se lo recordó ante todo el hemiciclo.
🗣️ Opinión: Cuando la forma sepulta el fondo
El duelo dialéctico entre Sánchez García y Armengol no fue sobre machismo ni sobre respeto real a las diputadas. Fue sobre quién tiene autoridad para definir qué es el decoro parlamentario y con qué fundamento.
Lo revelador es que, técnicamente, Sánchez García tenía razón: en el protocolo parlamentario español, tanto “señor Rajoy” como “doña Esther” son formas correctas y respetuosas. Una emplea apellido, otra nombre de pila, pero ambas incluyen tratamiento de cortesía. No hay discriminación por sexo, hay simplemente dos fórmulas válidas de referirse a alguien con respeto.
Armengol intentó imponer una corrección que no resistía el análisis técnico. Y al hacerlo, ofreció a Vox exactamente lo que necesitaban: la oportunidad de presentar a la Mesa del Congreso como ignorante del reglamento que pretende aplicar, más preocupada por la corrección política que por el rigor técnico.
Pero lo más grave no fue el enfrentamiento en sí, sino lo que quedó sepultado bajo él: el debate real sobre la reforma de la fiscalía y el control político de la justicia.
Sánchez García había denunciado que la proposición del PP era “paupérrima” y “de broma”, centrada en un detalle menor (el nombramiento del fiscal jefe de Protección de Datos) mientras ignoraba el problema estructural: el régimen discrecional y político de los nombramientos de altos cargos fiscales.
Su acusación era contundente: ni PP ni PSOE quieren reformar de verdad el sistema porque ambos prefieren mantener el control político sobre la justicia cuando gobiernen. El Consejo General del Poder Judicial sigue siendo rehén del bipartidismo, y la fiscalía permanece atada al Gobierno de turno a través del fiscal general del Estado.
Pero nadie habló de eso. El debate desapareció entre acusaciones de ignorancia, gritos desde los escaños y discusiones sobre tratamientos de cortesía.
🧩 Conclusión
El hemiciclo dedicó su energía a discutir si “doña Esther” es más respetuoso que “señor Rajoy” mientras el control político de la fiscalía quedaba intacto.
Armengol tenía el poder de dirigir el debate. Sánchez García tenía el argumento técnico. Ella intentó imponer autoridad sin fundamento. Él la desmontó públicamente. Y en medio, el problema de la independencia judicial sigue sin tocarse.
Porque al final, es más sencillo pelear por el protocolo que por la división de poderes.